En las sucesivas entradas que he ido publicando en Autopías han ido apareciendo algunas pinceladas sobre emociones básicas del ser humano como el miedo, la alegría o la tristeza. Hoy voy a detenerme en el enfado, la manifestación más habitual de la ira. Algunos piensan que se trata de una emoción negativa. Sin embargo, se trata de una emoción necesaria en nuestra relación con el mundo: nos permite defendernos de amenazas exteriores (o defender personas y causas que nos importan) y nos ayuda a fijar límites en la interacción con los demás. El problema surge cuando no canalizamos y no expresamos de forma correcta el enfado, ya sea por exceso (hostilidad, agresividad) o por defecto (callando, reprimiendo).
Una de las formas más habituales de expresión del enfado en la que todos, más o menos, podemos reconocernos es la que aparece en cómics, historietas y tebeos: un bocadillo relleno de cabezas de cerdo, admiraciones, interrogaciones, berridos, arrobas, almohadillas, guantes de boxeo y yunques voladores hacen indicar que un personaje está enfadado. En estas situaciones, la emoción se representa de forma clara, pero el mensaje sobre la situación concreta que provoca el enfado se diluye en el exabrupto. Si queremos que nuestro interlocutor nos escuche, más allá de la pataleta, y que atienda nuestras razones, necesitamos otro enfoque más asertivo. Por ejemplo, la Comunicación No Violenta.
El modelo de Comunicación No Violenta (CNV), desarrollado por el psicólogo estadounidense Marshall B. Rosenberg en los años setenta del siglo pasado, se define como un proceso de comunicación que ayuda a las personas a intercambiar la información necesaria para resolver conflictos y diferencias de un modo pacífico. Según el autor, la CNV nos orienta para reestructurar nuestra forma de expresarnos y de escuchar a los demás. En lugar de obedecer a reacciones habituales y automáticas, nuestras palabras se convierten en respuestas conscientes con una base firme en un registro de lo que percibimos, sentimos y deseamos. Y todo ello en cuatro –¿sencillos?– pasos.
En general, ante situaciones de enfado, tendemos a responder descalificando a nuestro interlocutor, impidiendo así una comunicación efectiva entre ambos: Has vuelto a retrasarte. ¡Eres un impresentable! Para evitar esta respuesta, Rosenberg propone: 1) Hacer una descripción lo más objetiva posible, libre de juicios y evaluaciones, de los hechos que han originado el enfado. 2) Expresar los sentimientos (disgusto, malestar, incomodidad) que esa situación nos genera. 3) Verbalizar las necesidades que emanan de esos sentimientos. Y 4) Formular una petición basada en la observación, los sentimientos y las necesidades que hemos identificado en los pasos anteriores. Si volvemos al ejemplo anterior, diríamos: Pasan 30 minutos de la hora a la que nos habíamos citado. Me molesta tener que esperar. Para mí es importante que se valore mi tiempo. Te pido, por tanto, que la próxima vez seas puntual o que al menos me avises si vas a retrasarte.
Reconozco que no siempre soy capaz de responder aplicando las pautas de la Comunicación No Violenta. No obstante, es un modelo que podemos entrenar. ¿Cómo hacerlo? De entrada, revisando las situaciones de enfado en las que no hemos actuado adecuadamente en el pasado y visualizándonos respondiendo de acuerdo a las recomendaciones de la CNV. Así iremos incorporando sus cuatro pasos en nuestro acervo relacional. Y también trabajando nuestra recepción empática: es probable que hayamos enfadado a alguien que quiera ponernos límites de acuerdo a las reglas de la CNV. ¿Estamos abiertos a una comunicación auténtica? Como recuerda Rosenberg, nos conectamos con los demás percibiendo primero lo que ellos observan, sienten y necesitan, y descubriendo después en qué enriquecerá su vida recibir lo que nos piden.