Buena parte de las entradas publicadas en este blog se refieren –directa o indirectamente, consciente o inconscientemente– a la importancia de contactar con nuestras propias necesidades. Cada necesidad pone de manifiesto una carencia (una figura que requiere ser completada) y orienta al individuo –mediante un impulso o movimiento– hacia su satisfacción. De esta manera, las necesidades son la base de nuestro sustento y evolución. Algunas pueden satisfacerse fácilmente: si tenemos sed, basta con ir a la cocina a beber un vaso de agua. La satisfacción de otras necesidades, en cambio, resulta más compleja. En estos casos, las necesidades acaban convirtiéndose en deseos o anhelos que, si no se enfocan adecuadamente, hunden al individuo en una sensación de insatisfacción permanente.
El psicólogo Abraham Harold Maslow (1908-1970) es el autor de una de las clasificaciones más conocidas de las necesidades humanas. Su enfoque, conocido como la pirámide de Maslow, defiende una concepción jerarquizada de las necesidades, desde las exigencias biológicas básicas hasta la autorrealización, en la que es necesario satisfacer las necesidades de nivel inferior para poder acceder a las necesidades, de mayor valor, de los niveles superiores. El trabajo de Maslow no es solo una enumeración de las necesidades humanas, sino también una reflexión sobre la línea de desarrollo del ser humano.
Maslow sitúa, en la base de la pirámide, las necesidades primarias o biológicas (alimento, bebida, vestido, vivienda). Sobre ellas se encuentran las necesidades de seguridad (la necesidad de sentirnos seguros en el entorno que nos rodea y ante el futuro que nos espera), que obtenemos mediante sistemas y vínculos de protección y cuidado. A continuación se sitúan las necesidades de pertenencia, grupo en el que se incluyen el afecto, la amistad o el amor. El siguiente nivel lo ocupan las necesidades de autoestima (el prestigio, el reconocimiento y la capacidad de valerse por uno mismo). Finalmente, ya en la cúspide de la pirámide, se hallan las necesidades de autorrealización o trascendencia (el desarrollo pleno de las capacidades propias de cada individuo).
Este modelo es el que se ha tomado como referencia en la sociedad occidental contemporánea. No obstante, los conceptos de seguridad, pertenencia, autoestima y autorrealización se han ido resignificando en cada época de acuerdo a presiones sociales, grupales o familiares, a los intereses de la publicidad o a la evolución de las modas. El camino hacia la autorrealización pasa, según parece, por una serie concreta de exigencias. Los mensajes –pautas– externos acaban por confundir al individuo, que diluye sus necesidades de acuerdo a lo que, en teoría, se espera de él. Prevalecen, por tanto, las necesidades de otros (la familia, el grupo social de referencia, el sistema).
Propongo mirar más allá de los bloques externos que dan forma a la pirámide de Maslow. Imagina que su interior alberga distintas cámaras o dependencias, como ocurría en las pirámides del Antiguo Egipto. Piensa, incluso, en la posible existencia de compartimentos secretos. Es ahí, mirando al interior, donde podrás contactar con tus necesidades más auténticas, aquellas que son realmente tuyas. Dedícate tiempo para embarcarte en esta expedición al interior de la pirámide: mira qué se está moviendo dentro de ti, averigua qué te quiere decir tu sabio interior. Conocer tus necesidades te ayudará a establecer tu propia jerarquía: puede haber grandes necesidades que requieran, como paso previo, la satisfacción de otras necesidades más pequeñas. Contactar con las propias necesidades es ya, en sí mismo, una forma de autorrealización.