Pese a lo que pueda parecer viendo algunos de nuestros comportamientos o inercias, los humanos no somos seres planos, sino que nuestra existencia se sustenta en cinco dimensiones interrelacionadas entre sí. Esta es la idea que se recoge, dentro de los diversos estudios sobre el ser humano realizados a lo largo de la historia, en la representación del hombre en forma de pentagrama estrellado o estrella de cinco puntas, una figura de larga tradición (y significaciones místicas) desarrollada en la antigua Grecia (en tiempos de Pitágoras), luego recuperada en el Renacimiento (con los trabajos de Leonardo da Vinci para El hombre de Vitruvio) y actualizada en el siglo XX con aportaciones de otros autores, entre ellos el psicoterapeuta Serge Ginger, autor de La Gestalt: una Terapia de Contacto.
Cada punta de la estrella, según esta representación, está vinculada con cada una de las dimensiones del ser humano. En la punta superior, a modo de cabeza, se sitúa nuestra dimensión mental o racional, donde se encuentra el pensamiento (consciente o inconsciente). Las siguientes puntas, como si fueran los brazos, se refieren a nuestra dimensión relacional, aquella con la que buscamos contacto e interacción con los demás, ya sea a un nivel más afectivo o social (una de las puntas representa los apegos, la familia o la pareja; en la otra se incluyen el resto de relaciones sociales que mantenemos a lo largo de nuestra existencia). Finalmente, las puntas inferiores, a modo de piernas, representan aquello que nos sostiene: por un lado, nuestro cuerpo físico; por otro, nuestra dimensión transpersonal o espiritual.
En el centro de la estrella, según la escuela o el autor que haya investigado sobre este sistema de representación, se sitúan el corazón, el sexo, las emociones o cualquier otro elemento o proceso que permita al hombre cargar o regular sus niveles de energía. Este centro es, desde mi punto de vista, un buen lugar para la observación de cada una de las dimensiones del ser humano y de la relación que se establece entre cada una de ellas. Por eso, hoy te propongo que, durante unos minutos, te sitúes en el centro de tu propia estrella para investigar, agudizando tus sentidos, qué es lo que ocurre en cada punta, es decir, en cada una de esas dimensiones que, pese a ser comunes para todos, te convierten, gracias a tus singularidades, en un ser excepcional.
Detente primero en tu dimensión racional. ¿Cómo son tus pensamientos? ¿Son positivos o negativos? ¿Te dejas controlar por ellos? Obsérvalos, pero evita engancharte en ellos. ¿Qué sensaciones aparecen? La observación es solo eso, ver lo que está pasando, así que no hay razón para la crítica, el juicio o la autoexigencia. ¿Y cómo son tus sueños? ¿Cuándo fue la última vez que dejaste volar tu imaginación? Sigue, a continuación, por las dimensiones del afecto y de las interacciones sociales. ¿Cómo son tus relaciones? ¿Satisfacen tus necesidades actuales? ¿Dónde te sientes de más y dónde te sientes de menos? Te pido, de nuevo, que solo observes: no se trata de hacer un análisis, se trata de identificar sensaciones para, al menos por un momento, bucear por nuestra profundidad lejos de esas aguas superficiales, más o menos turbias, por las que discurre nuestra vida cotidiana.
Prosigue ahora por la dimensión física. En las paradas anteriores, a través de las sensaciones que han ido apareciendo, ya habrás tomado contacto con tu cuerpo. Recréate ahora un poco más: ¿Cómo es tu respiración? ¿Hay tensiones, palpitaciones o movimientos en alguna zona? ¿Qué partes están más relajadas? Finalmente, deja paso a la dimensión espiritual. Para mí, la espiritualidad no tiene que ver con la práctica de una religión concreta (aunque no es incompatible), sino con la identificación de una misión con la que dar coherencia a lo que somos y a lo que hacemos en la vida. ¿Cuál es tu misión? ¿Crees que tus comportamientos y acciones están alineados con lo que realmente eres? ¿Qué legado quieres dejar en este mundo? Tal vez, de todas las dimensiones, esta sea la más difusa. Lo importante no es encontrar respuestas de forma inmediata, sino dejar que las preguntas vayan calando hasta que las respuestas, de forma natural, se manifiesten por sí solas. Tu estrella te está esperando. ¡Buen viaje!