Siempre me han llamado la atención las construcciones arquitectónicas que, gracias a su estudiado emplazamiento, cobran vida, en determinados momentos del año, con los fenómenos solares.
Una de estas emblemáticas construcciones es el complejo megalítico de Stonehenge, construido al sur de Inglaterra entre el final del Neolítico y el comienzo de la Edad de Bronce (unos 2.500 años a.C.). El conjunto, dispuesto en forma de círculo, consta de piedras de enorme tamaño y altura, distribuidas por pares, sobre las que se disponen otras piedras de forma adintelada. Durante el solsticio de verano –en estos días, precisamente–, el sol asoma por el horizonte atravesando el eje de la construcción, alineándose a la perfección con cada una de las piedras del monumento.
Otra de estas construcciones se encuentra en Nubia, al sur de Egipto, donde se levanta el conjunto de templos de Abu Simbel. El complejo, construido en torno al año 1.200 a.C., fue trasladado a un emplazamiento cercano en la segunda mitad del siglo XX para evitar que sus monumentos quedaran anegados por la construcción de la presa de Asuán. Pese al traslado, el complejo monumental mantiene uno de sus principales atractivos: durante el período comprendido entre los 60 días anteriores y posteriores al solsticio –esta vez, el solsticio de invierno–, los rayos del sol penetran hasta la parte más profunda del gran templo iluminando tres de las cuatro estatuas sedentes allí ubicadas.
Hasta aquí dos ejemplos de arquitectura y astronomía que me sirven para plantearos –y plantearme– la siguiente pregunta:
¿Y nosotros? ¿Nos dejamos tocar por la luz?
A veces, no, porque preferimos vivir agazapados entre las sombras, en un mundo de penumbras insatisfactorias que, pese a todo, acaban por resultarnos cómodas y útiles para escapar de cualquier foco que pueda dejar al descubierto una realidad muy lejos de nuestras expectativas y anhelos.
A veces, tampoco, porque optamos por vivir a la carrera, al amparo de una falsa sensación de movimiento y dinamismo que, como la rueda del hámster, a la larga nos deja aburridos, frustrados y exhaustos… en nuestro intento de buscar fuera lo que ya está dentro de nosotros.
En estos días de solsticio, déjate tocar por la luz de la toma de conciencia, de la aceptación y de la serenidad. Y así, poco a poco, irán ganando espacio los rayos de sol de la autenticidad.