El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Pero… ¿qué entendemos por tropezar? Efectivamente, en nuestro camino podemos encontrar obstáculos, en forma de piedras metafóricas, que nos hacen tambalearnos e incluso caer. Y no es hasta que nos recomponemos cuando nos damos cuenta –surcando nuestra experiencia– de que ya vivimos, en el pasado, alguna situación similar. Observamos, entonces, que hemos cometido los mismos errores o que hemos ignorado las señales que, a partir de nuestras vivencias previas, deberíamos advertir.
Pero puede ocurrir, también, que nos percatemos de la existencia de la piedra antes de llegar al punto del camino en el que se encuentra. Puede que la veamos, desde lejos, como una roca de gran tamaño que va a impedirnos el paso y, desmoralizados por esta impresión, dejemos de caminar sin ni siquiera acercarnos para ver si hay formas de sortearla. La sombra que proyecta esta piedra es demasiado alargada. El miedo acecha: rocas similares convirtieron el camino en un desfiladero cuyo tránsito nos causó rasguños, magulladuras e incluso cortes. La parálisis nos impide acercarnos a la roca para evaluar la situación. Nos quedamos inmovilizados esperando, quizá siglos, a que las fuerzas de la naturaleza erosionen la piedra. O, en el mejor de los casos, regresamos a buscar otro sendero limpio de obstáculos.
Otras veces, la piedra con la que nos encontramos es de un tamaño insignificante: podríamos sortearla sin ninguna dificultad. Pero hay algo en ella que nos hechiza y nos hace detenernos. Tal vez sea su forma, su color. Quizá nos parezca una piedra preciosa de gran valor. Y así, nos quedamos parados, contemplándola, teorizando sobre sus propiedades y disertando sobre sus cualidades minerales. Al fin y al cabo, es una piedra que ya conocemos del pasado: sabemos muchas cosas sobre ella. Nos distraemos con esta piedra, pese a que no es un obstáculo en nuestro camino, y dejamos de avanzar. Puede que se nos olvide, incluso, que nos habíamos fijado un destino al que llegar.
Hay quienes, no contentos con aprender con la experiencia de sus tropiezos, deciden cargar con la piedra misma que les hizo perder el equilibrio. Sus mochilas parecen un catálogo de geología: hay guijarros corrientes, piedras pulidas, gemas brillantes, grandes trozos de rocas… La gran carga que llevan condiciona sus movimientos y les hace vulnerables a nuevos tropiezos. Por eso, algunos deciden pararse y aprovechar esas piedras para construir muros en los que encerrarse. Usando piedras de distintos tamaños y formas son capaces de cubrir todos los huecos posibles aislándose del mundo exterior. Quedan atrapados en las piedras con las que tropezaron.
La vida es un pedregal. ¿Cómo lo vas a atravesar?