Volvía a casa ya de noche y, al doblar la esquina, entré en un tramo de acera que, a causa de unas obras, se estrechaba dejando solo una zona de paso entre una valla opaca y una zona ajardinada. Según avanzaba, vi a tres chavales detenidos unos metros más adelante. Uno de ellos estaba agachado colocando algo junto al bordillo que separaba la acera del césped. Los otros dos, de pie junto a él, observaban atentamente sus movimientos.
¿Qué estarán tramando estos chicos?
Cabe decir que soy miope y que mi agudeza visual disminuye por la noche. Además, llevaba las gafas empañadas por el efecto de la mascarilla, de modo que mi capacidad de percepción era limitada. Los chavales estaban aún lejos como para escuchar sus conversaciones, y había tráfico en la calzada.
Pero… ¿qué estarán haciendo estos chicos?
El vacío de la percepción, el no tener toda la información sobre lo que estaba ocurriendo pocos metros delante de mí, activó en mí la búsqueda de pensamientos –argumentos– que pudieran explicar lo que ya había calificado, de forma instintiva, como comportamiento misterioso de esos adolescentes.
Y así, lo primero que me vino a la cabeza fue que el chaval que permanecía agachado estaba colocando un petardo en una grieta del bordillo. Y lo siguiente que pensé es que los tres se iban a echar unas risas, a mi costa, haciendo explotar el petardo a mi paso (no venía nadie de frente y, si prendían el petardo en ese momento, yo iba a ser el primero en pasar). También vi muy claro que, aun sabiendo que podía explotar un petardo, el sonido me iba a hacer estremecer.
He aquí un ejemplo de cómo, ante la falta de información, interpretamos –y completamos– la realidad que nos rodea sacando conclusiones a partir de estereotipos o prejuicios que confirman nuestras creencias o validan experiencias previas. Rellenamos los huecos con clichés y etiquetas, y cuanto más grande son esos huecos, más grande es la película que nos montamos.
Y eso estaba haciendo yo aquella noche: montarme una peli.
Porque, según me acercaba, los chavales se pusieron contra la valla mirando fijamente el punto del bordillo en el que supuestamente habían colocado el petardo. Al llegar a su altura, justo cuando iba a pasar entre ellos y el bordillo, obtuve –ya con la percepción totalmente activa– toda la información de la escena y me detuve. No escuché la explosión de ningún petardo. En su lugar, vi un destello de luz: el flash del teléfono móvil que uno de los chicos había colocado estratégicamente en el bordillo para tomar una fotografía de los tres –un selfie– delante del dibujo que alguien había pintado en la valla.
Hubo algo que sí explotó esa noche, pero en mi cabeza: las ideas preconcebidas. ¿Cuántas de esas hay en tu vida? ¿Qué películas te estás montando tú?