Vivimos en una conversación permanente. Hablamos con nuestros seres queridos, charlamos con compañeros de trabajo o clientes, chateamos o quedamos con amigos, interactuamos con vecinos y comerciantes… Y, al tiempo, conversamos con nosotros mismos a través de nuestro diálogo interior, a veces demasiado exhaustivo y exigente debido al elevado número de hipótesis y variables que nos planteamos.
En toda conversación suele haber, veladas o manifiestas, sugerencias que adoptan distintas formas, desde críticas a cumplidos pasando por consejos o recomendaciones. ¿Cómo respondes cada vez que recibes alguna de estas sugerencias?
En El pequeño libro de las grandes decisiones, un clásico de Mikael Krogerus y Roman Tschäppeler que recopila los modelos más conocidos de toma de decisiones, se identifican cuatro tipos de personas en función de sus respuestas ante las sugerencias. Veamos cuáles son esas respuestas:
«¡No!». Decir “no” es una de las herramientas a nuestro alcance para poner límites y mantener nuestra autonomía e independencia respecto a las demandas del entorno en el que nos movemos. El problema viene cuando decimos “no” de forma automática, sin escuchar realmente lo que nos están diciendo, o como parapeto del miedo a perder el control o el statu quo de una determinada situación. En este caso, el “no” es la respuesta del dictador.
«No, la idea no es buena porque…». El “no” en esta respuesta implica que, al menos, hemos escuchado la propuesta de nuestro interlocutor. Sin embargo, la sugerencia no nos encaja o no la vemos apropiada para el contexto en el que se formula y, en vez de plantear alternativas, centramos nuestra respuesta en desmontar, punto por punto, la propuesta que nos dan. Se entiende, en cualquier caso, que en esta respuesta va implícita la voluntad de ser constructivo o pedagógico (no se rechaza de plano, sino que se aportan argumentos), razón por la que se conoce como la respuesta del maestro.
«La idea es buena, pero…». Aquí hay un reconocimiento de la propuesta que nos hacen: la sugerencia nos parece acertada. El problema viene con el “pero” que añadimos después. La conjunción “pero” supone una contraposición entre dos proposiciones, de modo que el reconocimiento inicial queda rápidamente anulado por las objeciones que planteamos a la idea o sugerencia inicial. En vez de integrar planteamientos, los disociamos. Y como ocurría en el caso anterior, no planteamos alternativas. Se dice que esta es la respuesta del criticón.
«Sí, y también podríamos…». Esta es la respuesta más constructiva y positiva de las cuatro. Como en la anterior, hay un reconocimiento de la propuesta o sugerencia de partida y, a la vez, hay un enriquecimiento con nuestras propias aportaciones. La aceptación de la propuesta no implica necesariamente que se vaya a implementar tal cual se ha formulado: las correcciones son posibles, aunque en este caso no se manifiestan de forma negativa o destructiva (como ocurre en el “no, porque” y en el “sí, pero”), sino que se realizan mediante la formulación de nuevas ideas o estrategias que modulan y complementan la sugerencia inicial. Esta es la respuesta del pensador.
¿Te identificas mayoritariamente con alguno de estos tipos de respuesta?
La respuesta del pensador es la clave de la Indagación Apreciativa, una estrategia desarrollada en los años ochenta del pasado siglo por los psicólogos David Cooperrider y Shuresh Srivastva para la renovación, cambio y transformación de los entornos de trabajo que también tiene su aplicación en el ámbito del desarrollo personal. La premisa inicial de la Indagación Apreciativa es que no hay que enfocarse en los problemas, sino en la búsqueda de soluciones orientadas al cambio a partir de una reformulación en positivo de la situación actual. Una reformulación basada en la identificación y puesta en valor de lo que funciona y en nuestra capacidad para encontrar respuestas creativas e imaginativas de acuerdo a nuestros valores y a los objetivos que pretendemos lograr.
Si lo que has leído hasta aquí es un “sí”, ¿qué vas a aportar como “además”?