Nacho Mantecón

Dentro o fuera de la burbuja

Una aproximación al concepto de «zona de confort» con un ejemplo cinematográfico.

Se cumplen 20 años del estreno en España de la película El show de Truman. El film, dirigido por Peter Weir con Jim Carrey como protagonista, gira en torno a un programa de televisión llamado The Truman Show, un reality llevado al extremo en el que se transmite, en vivo y en directo, la vida de Truman Burbank desde el mismo momento de su nacimiento. En concreto, la película se centra en el último año de emisión del programa, cuando Truman, que desconoce ser el protagonista de un exitoso programa de televisión, se sorprende por hechos que parecen fuera de lugar (la caída de un foco, una interferencia radiofónica, un falso ascensor) y descubre que la ciudad en la que reside parece girar en torno a él.

Esa ciudad-isla, llamada Seahaven, es un decorado construido bajo una gigantesca cúpula, visible desde el espacio, que incluye sol, firmamento y mar artificiales. Un complejo software informático permite al director del programa, a través de las órdenes que transmite a su equipo, controlar la vida de Truman. Miles de cámaras ocultas permiten seguir la cotidianidad del protagonista desde que se levanta hasta que se va a dormir. Así, podemos ver sus diálogos frente al espejo del baño por la mañana, el encuentro con sus vecinos al salir a trabajar, los avatares de sus desplazamientos en coche o la rutina diaria en la agencia de seguros en la que trabaja.

En nuestra vida, que no es un programa de telerrealidad, también se repiten rutinas que dibujan una burbuja –aunque no tan grande como esa cúpula bajo la que se desarrolla El show de Truman– a nuestro alrededor. Al salir de casa solemos coincidir con los mismos vecinos, el autobús que tomamos para ir a nuestros destinos cotidianos lleva habitualmente el mismo conductor, nos encontramos con caras conocidas –de desconocidos– en el metro, el atasco se forma siempre en las mismas rotondas, repetimos tareas y protocolos en nuestro puesto de trabajo, nos encontramos con los mismos compañeros frente a la máquina de café, las clases se suceden según el horario definido a principio de curso… La cotidianidad genera un espacio de seguridad en el que nos sentimos protegidos: nuestra zona de confort o comodidad.

Ahora bien, ¿nos resulta suficiente esa comodidad? El riesgo de la zona de confort es que puede anclarnos en el conformismo. Truman Burbank, insatisfecho con su vida, consciente de que debía encontrar un nuevo estímulo (en su caso, una vida auténtica y real más allá de la impostura de la televisión), se propuso abandonar Seahaven y, tras encontrarse con distintos contratiempos (desde la falta de oferta de vuelos disponibles hasta una aparente fuga en una central nuclear), decidió enfrentarse a su miedo a navegar para dejar la isla por mar (su padre había muerto, presuntamente, durante una tormenta en un viaje de pesca junto a su hijo).

Me pregunto, pensando en mi propia zona de confort, cuánto hay de comodidad y cuánto de resistencia al cambio. Las pérdidas que supone abandonar esa zona de confort son certezas. El beneficio, lo que ganamos con el cambio, es solo una ilusión difusa mientras no actuemos. El miedo, como en la película, puede ser un mar encabritado que nos obligue a luchar con todas nuestras fuerzas, pero también puede ser un agradable paseo. No lo sabremos si no lo intentamos. Somos dueños –y responsables– de nuestro propio destino. Para cerrar, como diría Truman, por si no nos vemos luego… buenos días, buenas tardes y buenas noches.

Nacho Mantecón

Nacho Mantecón

Escribo a partir de mi formación y experiencia en Coaching, PNL, Eneagrama y Terapia Gestalt. Consulta aquí los servicios que ofrezco.

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