Todos disponemos, en mayor o menor medida, de un catálogo de estereotipos y prejuicios –nacidos de nuestra experiencia o tomados, sin cuestionar, del contexto que nos rodea– que colocamos sobre las personas que nos vamos encontrando a nuestro alrededor. La existencia de este catálogo se ajusta a la necesidad que tiene el ser humano de anticiparse a la realidad con el fin de tomar rápidamente, llegado el caso, decisiones firmes y concretas. El problema es que, por lo general, encasillamos a los otros sin darnos apenas la opción de conocerlos. Dado que ese interés de anticipación parece inherente al ser humano, propongo sustituir esos estereotipos o prejuicios por lo que la Programación Neurolingüística (PNL) –una metodología de autoconocimiento, comunicación y cambio diseñada por John Grinder y Richard Bandler en los años setenta del siglo XX– denomina presuposiciones.
Las presuposiciones son premisas que, si bien no constituyen verdades absolutas, se toman como si fueran ciertas con el fin de optimizar nuestras relaciones con los otros y con nosotros mismos. Una de las presuposiciones más conocida es el mapa no es el territorio. Esta afirmación, tomada de la Semántica General de Alfred Korzybski, nos recuerda que cada uno de nosotros percibe el mundo de forma única: la realidad (el territorio) nos llega filtrada por la interpretación que de ella hacen nuestros sentidos, nuestras experiencias, nuestros valores y nuestras creencias (el mapa). Así como defendemos nuestro mapa, debemos respetar también el mapa que siguen los demás para desenvolverse en el territorio –la realidad– que compartimos.
Y así llegamos a otra de las presuposiciones de la PNL: la gente funciona perfectamente. Solemos pensar que nuestro mapa es el más acertado porque es el que más se ajusta a nuestras capacidades y recursos… y olvidamos que los demás actúan, en sus mapas, también de acuerdo a sus estrategias y habilidades. Si nosotros, según creemos, funcionamos perfectamente, ¿cómo no lo van a hacer los demás? Todos operamos de la mejor manera que sabemos y aplicamos las estrategias que conocemos (sean estas más o menos adecuadas para afrontar una situación concreta). De aquí se desprende otra presuposición: la gente toma la mejor opción posible dadas sus posibilidades y capacidades según su mapa del mundo.
En base a lo anterior, rizando el rizo, otra de las presuposiciones afirma que todo comportamiento tiene una intención positiva en su origen. Toda conducta busca conseguir algún beneficio, aunque este no sea consciente. Ojo, no se trata de justificar el comportamiento de una persona –o de nosotros mismos–, sino de comprenderla, entender la base o la motivación que la mueve a actuar de la forma en que lo hace. De la misma manera, toda acción tiene su sentido, sea consciente o no, dentro de un contexto determinado. Habrá que valorar después si esa intención positiva y ese sentido son funcionales y adaptativos y, si no lo son, buscar nuevas estrategias que nos permitan actuar de otra manera. En este sentido, la PNL nos recuerda que todas las personas tenemos los recursos que necesitamos o podemos crearlos.
Si miramos el mundo a la luz de estas presuposiciones, ¿qué cambia? Por un lado, dejamos de considerar la realidad como una verdad única que solo nosotros, con nuestro mapa, podemos interpretar, y descubrimos la intencionalidad de nuestro comportamiento y del de los demás. Por otro lado, podemos abrirnos a las interpretaciones de otros, tomando de su mapa elementos –capacidades, estrategias, recursos– que nos puedan ayudar a desarrollar nuestro potencial y a mejorar nuestra relación con el mundo, y, a la vez, podemos dejar que los demás acudan a nuestro mapa, sin imposiciones, para inspirarse en él. Quizá no siempre sea posible un entendimiento –hay mapas que, a priori, parecen irreconciliables– pero, al menos, podremos dialogar con honestidad.