La vida es una sucesión de experiencias que ponen a prueba, en mayor o menor medida, nuestra capacidad para afrontar cambios. Algunas veces, son las circunstancias las que nos obligan a cambiar, como ocurre cuando nos enfrentamos a un despido o a una ruptura inesperada. Es en estas situaciones donde se mide nuestra capacidad de adaptación o, en los casos más graves, de resiliencia. Otras veces, el cambio está en nuestra mano. Así ocurre cuando detectamos, valoramos y escogemos entre las oportunidades que se nos presentan a nuestro alrededor, desde sutiles variaciones en las rutinas del día a día hasta desafíos con forma de trenes que no sabemos cuándo van a volver a pasar.
Decidirse al cambio no suele ser fácil. Los cambios, inherentes a nuestro crecimiento y evolución como personas, amplían nuestro bagaje vital y ensanchan nuestra visión sobre las pequeñas y las grandes cosas que mueven el mundo. Sin embargo, los cambios, aun siendo el resultado de una reflexión personal responsable y comprometida, suelen conllevar renuncias. En primer lugar, nos obligan a salir de nuestra zona de comodidad y de un ámbito de relación que, bueno o malo, nos parece seguro. En segundo lugar, nos conducen a abandonar unos hábitos en favor de otros. Y, en ocasiones, condicionan nuestro encaje social, laboral, familiar o sentimental al obligarnos a recolocar o reconducir nuestro trato con los demás.
Te animo a estimularte para el cambio. Hay varias formas de hacerlo, entre ellas mantener activa tu curiosidad, tener una mente abierta y dispuesta al aprendizaje, seleccionar actividades que te resulten motivadoras, dar un mayor protagonismo a tu cuidado personal o buscar espacios de seguridad donde experimentar nuevas vivencias. Estas prácticas, por sí mismas, se irán traduciendo en pequeños cambios que se irán asentando en tu vida. Y, además, te permitirán afrontar con mayores garantías las oportunidades que vayan surgiendo –y que tú también podrás ir creando– en el camino.